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Rompiendo Cadenas en Cristo

Con tan solo 18 años, Carlos Adonai Molina recorrió un largo camino donde la venganza por la muerte de su padre fue su principal motor y encontró un lugar para llevar sus planes a cabo: las pandillas. A los 16 años se unió a este grupo y no le importó soportar la golpiza propinada por los integrantes de su nueva familia para ser parte de ellos. Aquel dolor no se comparaba con la amargura y la ira que sentía contra las personas que asesinaron a su padre. Pero el tiempo pasó y Carlos pudo ver que con la misma vara que median eran medidos, pues quien asesinó a su padre, murió de la misma forma.Al no tener una motivación para seguir en la pandilla, intento salir; pero era imposible, al menos eso parecía. “Yo estaba llorando y sentía que me iban a matar, no puedo olvidarme porque yo le cargue”, cuenta con voz entre cortada al relatar que en sus manos murió uno de sus compañeros de pandilla. Fue en una de sus luchas por territorio contra otra pandilla que domina en El Salvador, pero Carlos recuerda que solo podía sentir las ráfagas de balas y hasta ahora se sorprende de seguir con vida aunque reconoce que fue la mano de Dios protegiendo su vida.

Después de ese episodio Carlos tomó valor y decidió salirse, no le dijo nada a su supervisor de pandilla y pidió ayuda a un pastor y sembrador de la zona, Edwin Centeno, quien fue a conversar con los líderes de la pandilla y a decirles que Carlos había rendido su vida a Cristo y lo dejaran salir. Ellos aceptaron la decisión.

“Ellos respetan las cosas de Dios así como nosotros respetamos la pandilla”, asegura Carlos. Otra de sus motivaciones para salir fue para ver crecer a su hijo de 4 meses, Daniel, quien es una de sus alegrías. Su esposa Dora del Carmen asegura que la vida de su esposo ha sido transformada.

“Dios ha sido el único que me ha podido transformar. Nadie logro hacerlo en años ni podían librarme de la ira ni del dolor que sentía, pero Él lo hizo. Me siento contento y diferente”, dice Carlos. Su vida es un testimonio para otros miembros de su ex pandilla, ellos reconocen que si es posible una transformación.

Ahora él junto a su esposa sirven la Iglesia de Dios en la comunidad de San Vicente. Carlos está trabajando con los jóvenes y ancianos en el aprendizaje de la Palabra de Dios. En su caminar también han sido vitales las palabras de ánimo que ha podido encontrar en Edwin quien siempre le anima a continuar. Para esta familia es una bendición poder ser parte de esta comunidad cristiana que fue plantada hace poco tiempo y que a pesar de vivir rodeados de violencia, no dejan de predicar la esperanza que pueden encontrar en Cristo.

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